La indefensión aprendida es, tal vez, uno de esos fenómenos psicológicos que afectan al plano existencial del ser humano. Minimizar la indefensión aprendida supone un avance en la forma en que nos relacionamos los unos con los otros. Pero, ¿qué es exactamente la indefensión aprendida, y por qué es tan importante conocer este concepto?
Indefensión Aprendida: como hojas manejadas por el viento
Casos de acoso escolar; estar quemado en el trabajo porque tienes un compañero o un superior que te hace la vida imposible; casos de maltrato por parte de un familiar: una madre, una suegra, un hermano o la propia pareja.
Aún siendo escenas tan dispares entre sí, resultan tener un denominador común: la parte débil. La persona acosada que presenta idénticos síntomas ante esa situación injusta: no se defiende. No sabe, no puede.
Esta condición es una brutal prisión psicológica, desconectada de la realidad, que bloquea cualquier posibilidad de cambio o liberación.
¿Qué es la indefensión aprendida?
Esta situación se conoce como indefensión aprendida. Este tecnicismo se refiere a la condición de un ser humano o animal que ha «aprendido» a comportarse pasivamente, con la sensación subjetiva de no poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación aversiva, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas.
Son personas que han tirado la toalla, que asumen su condición de víctima como un destino inmutable, depresivas, con una visión oscura y pesimista del mundo, se sienten como hojas manejadas por el viento.
Estas personas no toman decisiones, no asumen el control de sus vidas, justifican lo que les ocurre y sobre todo se sienten sin esperanza, profundamente indefensas.
Es una cárcel psicológica que se retroalimenta a sí misma porque, efectivamente, viven en un estado de vulnerabilidad tal que favorece que su vida sea oscura, derivando en muchas ocasiones en profundas depresiones clínicas.
Infedensión Aprendida, Seligman
Fue un psicólogo norteamericano, Martin Seligman, quién la elaboró después de hacer un experimento con unos perros a los que encerró en una jaula.
Cada vez que intentaban abrir la jaula, a uno de ellos, le propinaba una descarga eléctrica.
Al final, abrió la jaula y el perro al que había hecho daño desistió y no se fue de la jaula. Aprendió, a base de dolor, que no podía hacer nada por escapar de su destino y se resignó.
Esta teoría la aplicó a los seres humanos y estableció que nos comportamos de manera idéntica si, desde que somos pequeños, nos enseñan mediante actos con violencia, ya sea psíquica o física.
Es decir mediante un método autoritario.Y así es como perdemos la capacidad de defendernos ante hechos, a todas luces, de agresión hacia nuestra integridad como seres humanos.
También es importante saber que no hay una situación específica que genere la indefensión, es decir, muchas personas pueden vivir la misma situación adversa (incluso de manera grupal) y sin embargo reaccionar diferente ante ella.
Fue Bernard Weiner quien consideró la influencia de la interpretación y la percepción que cada individuo tiene del evento en el desarrollo de la indefensión y también en la forma de afrontarla.
Señales de indefensión aprendida
La indefensión se manifiesta con tres déficits: el motivacional, el emocional y cognitivo.
Se comienza con un retraso en la iniciación de respuesta voluntarias hasta que poco a poco deja de haberlas (déficit motivacional). De igual forma, comienzan a existir una serie de desórdenes conductuales, siendo los más habituales los estado de ansiedad y la depresión (déficit emocional), que van haciendo mella hasta el punto de que el afectado es incapaz de ver soluciones al problema que le atormenta (déficit cognitivo).
¿Por que no hacen nada para salir de esta situación? La respuesta radica en la afectación integral de estas tres áreas, a la que se le suma la afección a nivel fisiológico.
En consecuencia, no basta con tomar la decisión de romper con el ciclo negativo sino que implica desaprender la forma en que se procesa la situación aversiva o dolorosa.
En este vídeo puedes ver cómo una profesora genera la indefensión aprendida en sus alumnos.
¿Se puede contagiar la indefensión aprendida?
La indefensión no es un asunto meramente individual. Se puede contagiar a toda una sociedad o a un grupo social.
Por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial fue un caso extremo donde se puso de manifiesto toda la crueldad de la que el ser humano es capaz, y los campos de concentración nazis fueron testigo de miles de seres humanos que, habiendo perdido toda esperanza de sobrevivir, prácticamente se entregaron a la muerte.
Por desgracia, no es necesario irse tan lejos en el tiempo para ver casos de indefensión aprendida. La violencia familiar, el bullying, el mobbing son tan solo algunos ejemplos que demuestran que este fenómeno sigue presente en la sociedad.
De nosotros depende empezar a tomar conciencia de ello y luchar no solo por minimizar sus efectos, sino también por combatir sus causas.
Ejemplos de indefensión aprendida
Método Estivill
En el campo de la psicología cada vez cobran más fuerza las teorías que establecen la infancia como punto de partida de muchas de las vivencias que se tienen en la etapa adulta.
Un ejemplo conocido es el método Ferber, en España llamado método Estivill, ya que este es un plagio del otro, que consiste básicamente en no atender la llamada de un bebé a una imperiosa necesidad de ayuda.
Un bebé lo suficientemente pequeño como para que aún no tenga ni siquiera la herramienta de la palabra ni la motricidad como para «escaparse» o buscar ayuda por su propio pie. Es decir, preso de una inmensa vulnerabilidad, dependiente en extremo, cuya única alternativa de supervivencia es el llanto.
Si no obtiene respuesta a su petición de ayuda, aprenderá a que haga lo haga no cambia nada, a que él no tiene el poder de manejar la realidad, en última instancia, de que no existe (afectivamente hablando).
Y este primer aprendizaje brutal quedará impreso en su cerebro aún en desarrollo, dejando una impronta que influirá en su forma de percibirse a si mismo y al mundo.
Violencia de género / indefensión aprendida
Frases como: «no vales para nada», «por mucho que te esfuerces no lo vas a conseguir», «no lo intentes», «no eres capaz», «por culpa tuya», «se hace lo que yo digo», «porque yo lo digo y punto»… hacen que seamos vulnerables a tirar la toalla, a dejarnos manipular incluso a justificar las agresiones que nos realicen los demás.
Y es que la víctima puede llegar a justificar el maltrato, pensando que lo merece, se culpa. La autoestima se daña tanto que cree merecer lo que le está ocurriendo.
Es muy fácil entender este fenómeno con las mujeres maltratadas y porqué les resulta tan difícil escapar de la situación, no denunciar, perdonar una y otra vez…
Están presas de sí mismas, anulada su voluntad y con una autoestima tan destruida que su capacidad de reacción es muchas veces nula.
El cambio pasa por la reconstrucción de la autoestima, por encontrar unsentido a la vida, por realizar una labor intensa y meticulosa de toma de conciencia que vaya poco a poco devolviendo el poder a la persona.
Terapia psicológica ante la indefensión aprendida
Ante los casos de indefensión aprendida, la mejor solución es acudir a un psicólogo sanitario o clínico que te ayude con tu caso.
Una de las terapias más frecuentemente empleadas para este problema es la terapia cognitivo-conductual. A través de varias sesiones, el psicólogo ayuda a adaptar sus pensamientos y emociones a la realidad, así como el cambio de conductas aprendidas que le producen la situación de indefensión.
Jorge Bucay: El elefante encadenado
Jorge Bucay refleja muy bien la infedensión aprendida en su cuento filosófico El elefante encadenado. Se trata de una invitación a cuestionar y confrontar aquellos miedos inconscientes que llevan años limitándonos, y que así, puedas convertirte en la persona libre que quieres ser.
Había una vez un niño muy curioso, sensible e inquieto que fue al circo y se quedó maravillado al ver la actuación de un gigantesco elefante. En el transcurso de la función, el majestuoso animal hizo gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Durante el intermedio del espectáculo, el chaval se quedó todavía más sorprendido al ver que la enorme bestia permanecía atada a una pequeña estaca clavada en el suelo con una minúscula cadena que aprisionaba una de sus patas.
“¿Cómo puede ser que semejante elefante, capaz de arrancar un árbol de cuajo, sea preso de un insignificante pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros del suelo?”, se preguntó el niño para sus adentros. “Pudiendo liberarse con facilidad de esa cadena, ¿por qué no huye de ahí?”, siguió pensando el chaval en su fuero interno.
Finalmente, compartió sus pensamientos con su padre, a quién le preguntó: “¿Papá, por qué el elefante no se escapa?” Y el padre, sin darle demasiada importancia, le respondió: “Pues porque está amaestrado.” Aquella respuesta no fue suficiente para el niño. “Y entonces, por qué lo encadenan?”, insistió. El padre se encogió de hombros y, sin saber qué contestarle, le dijo: “Ni idea”. Seguidamente, le pidió a su hijo que le esperara sentado, que iba un momento al baño.
Nada más irse el padre, un anciano muy sabio que estaba junto a ellos, y que había escuchado toda su conversación, respondió al chaval su pregunta: “El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a esa misma estaca desde que era muy, muy, muy pequeño.” Seguidamente, el niño cerró los ojos y se imaginó al indefenso elefantito recién nacido sujeto a la estaca.
Mientras, el abuelo continuó con su explicación: “Estoy seguro de que el pequeño elefante intentó con todas sus fuerzas liberar su pierna de aquella cadena. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguió porque aquella estaca era demasiado dura y resistente para él.” Las palabras del anciano provocaron que el niño se imaginara al elefante durmiéndose cada noche de agotamiento y extenuación.
“Después de que el elefante intentará un día tras otro liberarse de aquella cadena sin conseguirlo”, continuó el anciano”, llegó un momento terrible en su historia: el día que se resignó a su destino.” Finalmente, el sabio miró al niño a los ojos y concluyó: “Ese enorme y poderoso elefante que tienes delante de ti no escapa porque cree que no puede. Todavía tiene grabado en su memoria la impotencia que sintió después de nacer. Y lo peor de todo es que no ha vuelto a cuestionar ese recuerdo. Jamás ha vuelto a poner a prueba su fuerza. Está tan resignado y se siente tan impotente que ya ni se lo plantea.”
* Cuento extraído del libro “Déjame que te cuente” de Jorge Bucay.
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